jueves, 13 de diciembre de 2007

La imperiosa necesidad de la confidencialidad

Hace varias semanas atrás terminé de leer el libro "Criptonomicón", de Stephenson. Uno de los grandes temas abordados en él fue sin duda el de la confidencialidad. La necesidad que tienen no sólo los individuos sino también las organizaciones de mantener en secreto su información crucial es lo que ha permitido la evolución de los criptosistemas y otros mecanismos que garanticen -si es que puede existir alguna garantía- que esa información no será conocida por ningún otro que no sea aquél a quien va dirigida.

Sin embargo el derecho a la confidencialidad se ha encontrado en controversia al ser confrontado con la obligación de los gobiernos de garantizar la seguridad. Mucho se ha dicho acerca de las diferentes maneras que tienen los gobiernos de conocer y controlar el flujo de la información. Por ejemplo, pocos han oído acerca de Carnivore*, la herramienta de software usada hasta hace algunos años por el FBI de los Estados Unidos para analizar (con la orden judicial correspondiente) el tráfico de correo electrónico que pasa por un proveedor de servicios de Internet (ISP) y que permite leer los encabezados de los mensajes de correo electrónico en busca de indicios de alguna conspiración o hecho ilegal (cuando digo "hasta hace algunos años" no quiero decir que ya no lo hace, sino que ha optado por otras alternativas de software que logran el mismo fin). Por otra parte, también muy pocos han escuchado acerca de las posibilidades de codificación de mensajes usando, por ejemplo, PGP (Pretty Good Privacy, Privacidad Bastante Buena), que es un programa utilizado para autentificar (estar seguros de que una persona que envía un mensaje es realmente quien dice ser) y, especialmente, dar privacidad por medio de la criptografía ("esconder" un mensaje para que, en caso de ser interceptado o leído por un tercero, no pueda ser entendido) no sólo en transmisiones en vivo (como lo haría un protocolo como SSL, por ejemplo) sino aún en datos almacenados en algún medio. Sin duda, un juego de gato y ratón en el que prevalece el más astuto o, en ocasiones, el más persistente.

La pregunta es, ¿hasta dónde es importante la confidencialidad? Por supuesto que a ninguno le agrada la idea de que alguien más conozca la información que uno considera privada. ¿Cuántos casos no sabemos de gente que ha leído el correo electrónico de otra persona sin su consentimiento, o ha averiguado cuánto dinero gana consiguiendo acceso a algún reporte de estado de cuenta bancario del afectado? Los gobiernos de algunos países consienten la idea de intervenir en las conversaciones (telefónicas o de correo electrónico, por ejemplo) con la justificante de prevenir algún delito. La respuesta, por supuesto, no es trivial. Sin embargo, es innegable el hecho de que todos tenemos derecho a conservar en secreto aquello que consideramos que no deba ser conocido por los demás pues nos haría vulnerables, a menos que ese secreto ponga en riesgo la vida o la integridad de los demás, en cuyo caso deberíamos ser capaces de descifrar dichos mensajes a tiempo y tomar acciones en consecuencia.

La frontera entre ocultar y conocer es muy sutil, y la legislación muy pobre, pero en mi humilde opinión (IMHO) todo este asunto de conocer o no conocer la información ajena, o de ocultar o no nuestra información se debe resumir en una palabra: respeto.

:wq!

* El enlace original a Carnivore ya no existe en el sitio del FBI, por eso incluí la referencia de archive.org, donde es posible encontrar versiones antiguas de páginas web.